top of page

LOS SONIDOS EN EL SILENCIO

  • Writer: Luis Fonsagui
    Luis Fonsagui
  • Oct 24
  • 4 min read

Updated: 1 day ago

50 aniversario de la Cooperativa de Autogestion Coopesilencio, Savegre de Quepos, Costa Rica.
Acto por el 50 aniversario de la cooperativa de autogestión COOPESILENCIO. Fotografía: Colectivo de Comunicación LaKanaya.

Creo que para contar la experiencia que vivimos en El Silencio lo primero en lo que podemos pensar es en la canción “recordando mi puerto”, de Orlando Zeledón. “Jamás podré olvidar este lindo verano. Esas noches plateadas de lunas bañadas, tu cielo y tu mar. Llena mi corazón una dulce emoción. Y se olvidan mis penas porque en ti Puntarenas todo es una ilusión, que más tarde se irá.” Quizá precisamente porque la visita a El Silencio no ha sido una cosa fácil de olvidar. Es de esas experiencias a las que se regresa cada vez que se tiene que pensar en una andanza que haya marcado un antes y un después.

Llegando, y sin saber qué esperar, la música de bienvenida eran las llantas del carro en la calle de lastre, el río Savegre y el viento. Las personas del pueblo seguramente se dieron cuenta rápido de que nuestras caras no eran conocidas, pero lo cierto es que hablar con la gente se sentía como hablar con amigos de toda la vida, que se encuentran después de algunos años.

Cuando llegamos, la comida fue la gran bendición. Casado con filete de dorado y un fresquito natural, que nos recibió recién habiéndonos instalado. Era viernes, y en las cabinas en que nos quedábamos, ese día éramos las únicas personas. Después salimos a caminar. Es usual oír decir la típica frase “antes todo esto eran cafetales”, en cualquier lugar. Mi abuelo lo podría haber dicho en Rohrmoser o en los Hatillos, mi papá en La Guácima, o un amigo en el mismo centro de Alajuela. En El Silencio esa fue una frase ausente, pero es que ya sabíamos. Las casas, una iglesia, la escuela al final de una calle, a lo lejos y bajando una cuesta, un gimnasio y una plaza grande, con el zacate verde, fue con lo que nos encontramos en ese primer paseo de viernes; lo que había reemplazado al baldío muerto de la bananera.


No dejaban de llamar la atención los perros, por montones, y todos de razas pequeñas. Andaban por todo el pueblo que también les pertenecía. Y andaban por ahí, tan tranquilos, que no tenían la necesidad de volvernos a ver para reconocernos; podían salirse de una casa para entrar a otra a saludar. Puede ser que esa tranquilidad, esa familiaridad, sea solo sorprendente para quienes hemos crecido en medio de una ciudad, pero ahí no parecía haber desconfianza. El calor era envolvente. De las cosas extrañas. Como estar flotando por el calor, como estar evaporándose uno. En las madrugadas, por otra parte, lo que sorprendía era un frío filoso, que aparecía nada más como para mantener cierta dualidad.

El segundo día fue de trabajo. Ya había personas en el restaurante cuando nos levantamos y el desayuno fue casi compartido; era ir a la mesa en la que estaban otras personas a servirnos también nuestra comida: nuestro gallo pinto, nuestros huevos rancheros, el plátano y la natilla. Como si supiéramos quiénes eran ellos, como si supieran quiénes éramos nosotros. Después de comer iniciaron las visitas: a Felo, a Gladys, a Chano, a Porfirio, a Rómulo. Ahí tal vez llamábamos más la atención, jalando equipo y haciendo ruido, entrando a las casas como los perros. De las entrevistas no les voy a contar mucho, esas las van a poder escuchar en los episodios, pero sí puedo decir que estuvimos en el corredor de cada una de esas casas sin sentir el tiempo. No se está acostumbrado, lastimosamente, a escuchar la historia del suelo que lo está soportando a uno en ese momento, y eso era lo que estaba pasando ahí. La historia que escuchamos, la que ustedes van a escuchar, no era la historia de cómo todo eso antes era un cafetal, sino la historia de todo lo que pasó en el momento en que dejó de ser un cafetal para ser una casa.

50 aniversario de la Cooperativa de Autogestion Coopesilencio, Savegre de Quepos, Costa Rica.

50 aniversario de la Cooperativa de Autogestion Coopesilencio, Savegre de Quepos, Costa Rica.

Y por eso en la tarde había fiesta. Era el fin de una fiesta. La pasarela de chiquillos y chiquillas que corrían con los dientes pelados, al frente de todo el pueblo, a recoger su premio por ser los más hábiles atrapando gallinas. Todo el pueblo reunido para recordar cómo, hacía 50 años, había nacido la cooperativa partera de ese pueblo: Coopesilencio.

La Cooperativa invitaba a la birra y al fresquito, al arroz arreglado y al picadillo de papaya verde. La Cooperativa invitaba al conjunto de música que tocaba en la fiesta para el bailongo y mientras la gente bailaba, los chiquillos se sentaban en media luna, frente a la tarima, a disfrutar del concierto. La luna era una bola disco en el cielo. Esas noches plateadas de lunas bañadas de las que hablaba Orlando Zeledón.

Irse siempre es la peor parte. Ese domingo en la mañana, las cabinas en donde nos quedábamos ya eran otra fiesta. Música y niños en la piscina, gente sentada frente a las cabinas conversando y tomándose algo. Todavía nos faltaba alguna entrevista antes de irnos y eso fuimos a hacer. Nos levantamos cuando aún hacía fresco, nos aferramos tal vez a la idea de que el calor no nos iba a atrapar ese día, pero llegó, como siempre.


La música de bienvenida y la de despedida es la misma: el lastre, el río Savegre y el viento. Pasamos a despedirnos y la despedida nos regaló leche agria y un par abrazos, “esto se siente como cuando nos vienen a visitar los nietos”, nos dijeron. Por eso es que la canción dice: “jamás podré olvidar ese lindo verano”. Hasta el momento, es una profecía hecha verdad.


¡Síguenos en nuestras redes sociales!

Estamos en X, Facebook, Instagram, TikTok, Spotify,

y también en Youtube | @lakanayapodcast   

  • Instagram
  • TikTok
  • Youtube
  • Spotify
  • X
bottom of page