HONDURAS EN LA ENCRUCIJADA
- Colectivo de Comunicación LaKanaya

- 22 hours ago
- 5 min read

El día 28 de noviembre a las 3 de la madrugada, nuestra delegación llegó a Tegucigalpa. El objetivo declarado era observar las elecciones del 30 de noviembre, un termómetro para una democracia que aún respira con el pulso agitado del golpe del 2009. Pero un diagnóstico simple nunca alcanza para abordar una enfermedad compleja. Lo que se jugó en esta elección trasciende el cambio de un gobierno: es la defi nición del tipo de soberanía que será permitida en este rincón estratégico de América Latina, en un momento de mutación geopolítica con la emergencia de un mundo multipolar donde cada gesto de independencia se paga caro.
Conversar con la gente en la calle, en los mercados y frente a los centros de votación, nos reveló un mosaico más matizado que el discurso polarizado de las élites. Había un rechazo generalizado, casi instintivo, a la injerencia descarada de Donald Trump, quien setenta y dos horas antes había usado sus redes sociales para amenazar de manera estridente si no ganaba su aliado “Tito” Asfura. Era una presión vulgar y directa, que muchos recibieron con un malestar visible. En cuanto al indulto y la liberación del expresidente Juan Orlando Hernández (JOH), condenado por narcotráfi co en Estados Unidos, las opiniones se dividían. Algunos sostenían, con un escepticismo cultivado por años de desconfi anza, que había sido “condenado sin pruebas”; otros, con un cansancio profundo, argumentaban que “por algo habría sido condenado”. Pero el consenso, el deseo que atravesaba a simpatizantes de distintos signos, era simple y poderoso: que las elecciones transcurrieran en paz y que se respetaran los resultados. Claro, ¿cuál pueblo no quiere vivir en paz? Era un anhelo legítimo, producto del trauma histórico, pero también, como aprenderíamos dos días después, un terreno fértil para la pasividad y la desmovilización. La paz, cuando se reduce a la mera ausencia de ruido, puede ser el marco perfecto para un despojo silencioso.
El día de la votación, esa paz fue la nota dominante en los centros que visitamos: la UNAH y la Escuela República de Costa Rica. El proceso fue ordenado, la afl uencia en ambos centros, alta. Los fi scales de los distintos partidos consultados coincidían en una narrativa de normalidad. No había denuncias de violencia o coerción directa. Sin embargo, la primera grieta en esta fachada de normalidad fue técnica y sistemática. Nos reportaron en las juntas receptoras de votos que el sistema de verifi cación de huellas dactilares falló intermitentemente en algunas mesas de votación. La tendencia luego iba a hacerse visible en los datos ofi ciales. No era un error aislado; era el síntoma de una infraestructura débil, un presagio siniestro de lo que vendría después con el colapso total del portal de resultados del CNE y las serias acusaciones, planteadas por la candidata Rixi Moncada, sobre la manipulación del sistema de transmisión de resultados preliminares (TREP).
Mientras las urnas parecían funcionar con normalidad, en el terreno político la situación era radicalmente distinta. La ausencia de Libre en las calles era notoria. Recorrimos colonias y barrios y lo atestiguamos en todos los rincones. Donde se necesitaba disputar cada voto indeciso con presencia y energía, encontramos pasividad bajo los toldos, con sus bases esperando, no disputando. Por la noche, la sede del partido la encontramos vacía, un cascarón donde las dirigencias estaban ausentes y no hubo quien reaccionara ante el primer corte adverso. Observamos una desconexión entre la cúpula y la calle que facilitó que la narrativa de la derrota se instalara inmediatamente sin contrapeso, grave error. Fue una claudicación en un momento crucial, y eso no puede obviarse.

Sin embargo, atribuir el resultado únicamente a los errores internos sería una lectura incompleta, ingenua y peligrosa. Porque el escenario estaba estructuralmente cargado de interferencias y sombras. La injerencia de Washington fue descarada y multifacética: desde los tuits de Trump (una forma contemporánea de diplomacia cañonera) hasta la liberación calculada de JOH. Un mensaje mafi oso de impunidad y poder que resonó en los medios corporativos locales. Geopolíticamente, el gobierno de Xiomara Castro había cometido el "pecado" de la soberanía: romper con Taiwán y acercarse a China, recibiendo cooperación tangible. Esta elección era, por tanto, una batalla por revertir ese giro. Honduras, una vez más, era el campo de ensayo de un manual de dominación recargado para el siglo XXI, donde la guerra híbrida combina presión fi nanciera, operaciones psicológicas y control de narrativas.
Hoy, la incertidumbre no se ha disipado; se ha institucionalizado. El portal del CNE lleva días caído. Los resultados de miles de actas legislativas y de alcaldías son un agujero negro de información. Esta opacidad no es un detalle menor; es el corazón de la crisis de legitimidad. Genera la duda razonable y masiva de si estamos ante una derrota limpia en el campo de juego o ante un golpe electoral técnico, ejecutado en las sombras de servidores caídos, sistemas biométricos fallidos y una lentitud inexplicable. La narrativa del fraude, en este contexto, no es un simple consuelo de perdedores; es una pregunta obligada, una hipótesis necesaria ante la falta de transparencia más básica. Cuando los medios corporativos coronan a un ganador con diferencias de menos de mil votos y sobre un 40% de actas sin procesar, no están informando; están manufacturando un hecho político.
El equilibrio, entonces, es incómodo pero necesario. Sí, hubo una derrota política palpable, gestada en la desmovilización, la falta de comunicación de logros y una estrategia de campaña que no supo contrarrestar el miedo. Y sí, al mismo tiempo, existen fundamentos sólidos para denunciar un proceso viciado en su arquitectura misma, donde la injerencia externa y la opacidad interna conspiraron para inclinar la balanza en un momento crítico. Reconocer lo primero no invalida lo segundo; son dos caras de una misma moneda: la de una izquierda que debe aprender a librar batallas simultáneas en el territorio concreto y en el campo ampliado de la geopolítica y la guerra mediática.
La lucha, por tanto, no termina con el último voto escrutado. Termina cuando se esclarezcan todas las dudas, cuando cada acta sea pública, cada fallo técnico sea explicado y cada interferencia sea nombrada. Y continúa, de manera más profunda, en la tarea lenta y obstinada de recomponer lo político desde las bases, de reconstruir un proyecto que no puede vivir solo de recuerdos épicos, sino de presencia cotidiana y lectura aguda de los nuevos tiempos. Porque la historia de estas tierras, marcada por golpes y resistencias, enseña con terquedad que los pueblos siempre vuelven. Texto: Luis Fonseca Aguilar | Fotografías: Allan Barboza-Leitón y Mónica Salas Chaverri. Observadores Internacionales durante las elecciones presidenciales hondureñas, como parte de la delegación del Colectivo de Comunicación LaKanaya - Costa Rica y el Instituto de Investigación y Análisis Geopolítico Alexander Pétion (INAP).






























